FINES DE SEMANA DE ABRIL
Si Francia destaca en la historia de cine mundial, es por el gran corpus de cineastas que nacieron en ese país con una larga tradición cultural y porque para hablar del nacimiento del séptimo arte, se toma como referencia el mes de diciembre de 1895, cuando el cinematógrafo surgió como espectáculo y los hermanos Auguste y Louis Lumière proyectaron al público sus primeros filmes documentales. El cine no tardó nada en ser aplaudido por las masas, y poco a poco conquistó todo el planeta hasta ser uno de los medios audiovisuales más notables, sino es que el más importante.
En el caso francés, las imágenes en sepia o blanco y negro inundaron las salas de cine con relatos mágicos y viajes a la luna, magistrales dramas de época como el Napoleón de Abel Gance, la experimentación fílmica de dadaístas y surrealistas, y la prosa lírica del realismo poético que tuvo entre sus mayores exponentes a Jean Renoir. Pero fue hasta los años 50, cuando llegó el torbellino de la nouvelle vague, que el cine francés explotó a nuevas dimensiones que, sin duda, influenciaron al resto de las cinematografías en el mundo.
Durante los fines de semana de abril, y en colaboración con el Instituto Francés de América Latina (IFAL) y la Embajada de Francia en México, se presentan cuatro clásicos de cineastas que condujeron al cine francés por nuevas vías de exploración acordes a la realidad de sus tiempos. La selección incluye la última película del notable Robert Bresson, cuya obra conjugó un rigor formal con reflexiones espirituales sobre la sociedad; Mi tío de América (1980), en el que Alain Resnais explora el comportamiento humano para hablar sobre la memoria, la ciencia y la ficción; la denuncia a la corrupción del Estado que hace Costa-Gavras a partir de un asesinato político en Z (1969); y la travesía de una mujer que podría ajustar cuentas con el mundo en Cléo de 5 a 7 (1961) de la maestra Agnès Varda.
Cineteca Nacional.